domingo, 25 de marzo de 2012

Los niños tontos. Ana María Matute

Ana María Matute, nacida en 1926, vivió en plena infancia el estallido de la Guerra Civil, lo que marcó para siempre su obra. Muchos de sus libros hablan de la infancia robada, de la niñez arrancada de entre las manos por una situación política y social que no permitía mimos ni cariño, sino la dureza de una realidad hostil y agresiva, sangrienta y siempre triste, como lo es todo lo que rodea a las guerras.

LOS NIÑOS TONTOS es una pequeña muestra. Es un libro que cuenta con 21 historias breves cuyos protagonistas son niños tontos repletos de inocencia. Tal vez sean tontos precisamente porque creen que pueden ser inocentes en este mundo, antes de ser apisonados por la edad adulta, la educación o el peso de la cultura.

Son niños que viven su inocencia de una forma cruel y repleta de desesperanza, enfrentada al mundo de los adultos en muchas ocasiones. Los sueños de esos niños están repletos de fantasía, disparate, poesía, magia –me atrevería a decir que, en algunos, incluso alegría- pero se estampan contra una realidad que hace que se desvanezcan como la espuma en el agua, y siempre acaban mal. La desgracia les vigila desde detrás de los árboles, el fondo del mar o de la tina del agua, o desde las piedras con que apedrean a uno de los niños. De un modo despiadado, la realidad se ensaña con ellos y solo reciben del mundo soledad, incomprensión, hostilidad, y en absoluto esperanza o alegría. Sin embargo, están narrados desde la objetividad poética, desde la neutralidad de los sentimientos, sin grandes espasmos dramáticos: con calma.

En cuanto a la forma, narrados en prosa, son pura poesía. El dramatismo entra por los poros casi como una caricia, pero taladrando como agujas, de manera que desde que se comienza a leer se siente de un modo hondo la violencia del relato.


Dejo aquí uno como muestra, y recomiendo fervientemente la edición de la editorial MEDIA VACA, 2000, con ilustraciones de Javier Olivares. Los dibujos, en tres colores: blanco, negro y azul, nos muestran, repletos de luces y sombras, a esos niños que nunca se hicieron adultos.

Una verdadera obra maestra.

MAR

Pobre niño. Tenía las orejas muy grandes, y, cuando se ponía de espaldas a la ventana, se volvían encarnadas. Pobre niño, estaba doblado, amarillo. Vino el hombre que curaba, detrás de sus gafas. “El mar -dijo-; el mar, el mar”.

Todo el mundo empezó a hacer maletas y a hablar del mar. Tenían una prisa muy grande.

El niño se figuró que el mar era como estar dentro de una caracola grandísima, llena de rumores, cánticos, voces que gritaban muy lejos, con un largo eco. Creía que el mar era alto y verde.

Pero cuando llegó al mar se quedó parado. Su piel, ¡qué extraña era allí!. “Madre -dijo, porque sentía vergüenza- quiero ver hasta dónde me llega el mar.

Él, que creyó el mar alto y verde, lo veía blanco, como el borde de la cerveza, cosquilleándole, frío, la punta de los pies.

“¡Voy a ver hasta dónde me llega el mar!”. Y anduvo, anduvo, anduvo. El mar, ¡qué cosa rara!, crecía, se volvía azul, violeta.

Le llegó a las rodillas. Luego, a la cintura, al pecho, a los labios, a los ojos. Entonces, le entró en las orejas el eco largo, las voces que llaman lejos. Y en los ojos, todo el color. ¡Ah, si, por fin, el mar era de verdad! Era una grande, inmensa caracola.

El mar, verdaderamente, era alto y verde.

Pero los de la orilla, no entendían nada de nada. Encima, se ponían a llorar a gritos, y decían: “¡Qué desgracia! ¡Señor, qué gran desgracia!”

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